lunes, 13 de septiembre de 2010

Una puñalada al remordimiento


Se sentó junto al cuerpo de su mujer, Yanina Sánchez, de 24 años, empleada de un estudio de abogados, que yacía tirado y ensangrentado hace ya algunos minutos en el mueble de la sala. Estaba con muchos tragos encima ya que recién llegaba a casa luego de un encuentro con sus compañeros del trabajo. José Belarde, de 25 años, vigilante de la empresa Gloria, no sabía el por qué había reaccionado así, con tanta cólera, con tanta ira luego de aquella discusión. Miraba a su alrededor y sentía que alguien lo miraba, pero no había nadie. “Mierda que me pasa” dijo en voz baja. No sabía a dónde ir, ni que hacer. La miró y, de pronto, una lágrima empezó a bajar por su rostro como pidiendo permiso, después de todo, aún la amaba. La abrazó y supo que era momento de hacer algo.

Recordó que en el jardín había un gran hoyo que no había arreglado hace varias semanas. Decidió que ese era el mejor lugar para ocultar el cuerpo fallecido de su esposa. Abrió la puerta para ver si había alguien. Todo estaba despejado. Rápidamente, sacó el cadáver y lo introdujo en el agujero. Cogió su lampa y empezó a cubrirlo. Mientras lo hacía, comenzó a recordar los momentos maravillosos que había pasado con ella. Al hacerlo, se sintió culpable y con un gran remordimiento que decidió autocastigarse.

Al terminar de cubrir el cuerpo, se dirigió a la sala. Mientras caminaba, las lágrimas caían hacia el suelo. Buscó el mismo cuchillo con el que había asesinado a su esposa, lo encontró y, sin titubear, se lo pasó por el cuello terminando con su vida de la misma manera como había acabado con la de su esposa.

Esa fue la única manera que encontró para aliviar su culpa, su dolor. Suicidarse para poner fin a esa inmensa culpa que lo tenía atrapado.

martes, 7 de septiembre de 2010

Soy así porque...

Desde que tengo uso de razón he vivido en San Martin de Porres. Solía salir a jugar desde muy pequeño con mis amigos del barrio. Todas las tardes, después del colegio, nos reuníamos para jugar con la pelota, para montar la bicicleta, para fastidiar a los adultos malográndoles sus plantas que cuidaban con mucho cariño, para hacer travesuras o, como se dice ahora con mucha facilidad, para “webear”. Son recuerdos de mi pasado que probablemente no valgan demasiado para muchos pero que, sin haberlo hecho intencionalmente, marcaron y definieron, al igual que otras cosas, mi forma de ser, mi personalidad.

Recuerdo que fue en ese barrio donde empecé a dar mis primeros pasos con el balón. De lunes a viernes jugaba con mis amigos, que teníamos casi la misma edad, y los fines de semana nos íbamos a jugar con otras personas. Recuerdo que una vez nos peleamos con unos chicos de otro barrio porque les ganamos el partido. Llegamos a nuestras casas todos golpeados ya que los chicos del otro barrio eran mayores que nosotros. Mi mamá siempre renegaba por eso y me decía que “el futbol solo le traía disgustos”. Yo, claro está, refutaba ante esa idea.

En los primeros años del colegio también pasé momentos muy memorables. No era de los más estudiosos, pero si era aplicado cuando tenía que serlo (con los papás que tengo era eso o despedirme de la vida). También conocí a muchos amigos con los cuales pasé cosas inesperadas. Cierta vez se nos dio la locura de jugar a la güija en la capilla (porque era el lugar más oscuro que había). Estábamos todos asustados pero eso no importó, nos armamos de valor y decidimos hacerlo. Preparamos todo y cuando íbamos a invocar a una de las almas, el tutor entró y nos arruinó lo que hasta ese momento era una gran aventura para nosotros. Estuve suspendido un par de días por eso, pero para mí fue algo sorprendente.

Todo era tranquilo y alegre en mi vida hasta que cumplí los 15 años. Entré en esa etapa que todos llaman “etapa de la rebelión”. Tuve muchos problemas por mi cambio de actitud y constantemente, discutía con mis profesores y con mis padres. Tuve psicólogos por todos lados pero que nunca llegaron a cambiarme. Fue por ese repentino cambio que tuve problemas en el último año del colegio y llegué a ser retirado, o como dijeron ellos, “invitado a retirarme” para no poder arruinar mi vida escolar. Mis padres, como castigo, me mandaron a la PAMER, que estaba a unas cuadras de mi casa. Digo como castigo porque en ese colegio nos mandaban muchas tareas y trabajos y también porque podían controlarme más ya que quedaba a unas pocas cuadras de la casa.

Al llegar a ese colegio pensé que todo iba a ser difícil, que no iba a ser lo mismo puesto que, al cambiarme en 5to año, perdería mi viaje y mi fiesta de promo, algo que es vital y fundamental en la vida de todo escolar. Sin embargo no fue así. En ese colegio encontré personas, que ahora son mis mejores amigos, que me ayudaron y me comprendieron. Íbamos a todos lados juntos y pasamos experiencias que difícilmente olvidare. El viaje de promo fue espectacular y la fiesta mejor aún. Hicimos una buena amistad y estaba dispuesto a terminar mi año ahí, pero no fue así. Mis padres se enteraron de que yo estaba en el tercio superior de mi ex colegio y decidieron hablar con el director, a mis espaldas, para poder regresar. Llegaron a un acuerdo y fue entonces cuando me lo dijeron. Yo, por supuesto, no me lo esperaba. Di un no como respuesta pero mis padres insistieron que sería lo mejor. Regresé para los últimos meses pero sentía que no era lo mismo. No había pasado, con ellos, esas cosas importantes que todo chico tiene en la última etapa escolar. No digo que dejaron de ser mis amigos, pero si, dejaron de ser parte de esas experiencias inmortales.

Al estar ahí solo me quedaba esperar y dar mi examen de admisión. Estaba decidido a olvidarme de todo lo que pasó y a ponerme a estudiar arduamente. Estaba haciéndolo cuando, de un momento a otro, me di con la sorpresa de que no debía hacerlo ya que, al pertenecer al tercio superior, tenía ingreso directo a varias universidades, dentro de las cuales está ésta gran universidad. Decidí, obviamente, por ésta y creo que fue la mejor decisión que pude tomar en ese momento.

Ahora, tras haber recordado estos acontecimientos de una manera dedicada, creo que tengo una parte de la respuesta a la pregunta ¿Por qué soy como soy? Ahora sé que soy un amante del deporte rey, algo problemático pero amiguero, aplicado cuando debo serlo y siempre atrayendo contratiempos. Claro que falta mucho por explorar e investigar, pero definitivamente, este es un paso para poder lograrlo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

¿Santo matrimonio?


Al abrir los ojos supo que el momento había llegado. Sabía que ese día no iba a ser igual al resto, que algo diferente pasaría en su rutina diaria. Comenzó a vestirse con un traje elegante que le había traído, probablemente su abogado o alguien cercano, el día anterior. Trató de estar lo mas elegante posible para esa ocasión especial. Al terminar, sabía que su destino estaba cerca, que era el final de una etapa.

En otro lugar de lima, en la prisión femenina de Santa Mónica, Elena Iparraguirre hacía lo propio. Se vestía con clase para la fecha esperada. Tenía que recorrer casi media ciudad para estar cerca a su amado, para poder, de una vez por todas, contraer matrimonio con su querido “Presidente Gonzalo”. Terminó de vestirse y partió, rápidamente, hacia el Centro de Reclusión de Máxima Seguridad de la Base Naval del Callao

Al llegar, buscó con la mirada, de una manera rápida, a su futuro esposo. No lograba encontrarlo hasta que, finalmente, lo halló. Ambos se vieron y se pudo notar, con claridad, que aún existía en sus ojos ese fuego que los unió por muchos años. Esa pasión que los mantenía vivos y que los llevó a cometer los mas atroces crímenes de la historia del Perú. Sin embargo, esas ideas no pasaban por sus cabezas ahora, solo pensaban en lo felices que serían, en el tiempo que habían perdido para formalizar su unión. Ahora solo había tiempo para poder unirse ante la sociedad, esa sociedad que no acepta del todo su matrimonio y que, en algunos casos, piensa que es hasta ridículo.

Se dieron el sí luego de varios minutos, 15 aproximadamente, en presencia de sus familiares, los testigos y las autoridades del Consejo provincial de Chorrillos y del INPE. El momento glorioso había concluido y se sentían más que satisfechos, como cuando terminaban de cometer sus sangrientos ataques. Se tomaron de las manos, y como esposos, departieron un momento con los testigos. No podían ocultar su felicidad y su algarabía, aunque sabían que el momento no se extendería. Sabían que esa alegría duraría tan solo unos minutos ya que, después de ese hecho, cada uno volvería a su celda, al lugar donde pasarán el resto de sus vidas, solitarios y sin poder estar al lado de la persona amada.