Se sentó junto al cuerpo de su mujer, Yanina Sánchez, de 24 años, empleada de un estudio de abogados, que yacía tirado y ensangrentado hace ya algunos minutos en el mueble de la sala. Estaba con muchos tragos encima ya que recién llegaba a casa luego de un encuentro con sus compañeros del trabajo. José Belarde, de 25 años, vigilante de la empresa Gloria, no sabía el por qué había reaccionado así, con tanta cólera, con tanta ira luego de aquella discusión. Miraba a su alrededor y sentía que alguien lo miraba, pero no había nadie. “Mierda que me pasa” dijo en voz baja. No sabía a dónde ir, ni que hacer. La miró y, de pronto, una lágrima empezó a bajar por su rostro como pidiendo permiso, después de todo, aún la amaba. La abrazó y supo que era momento de hacer algo.
Recordó que en el jardín había un gran hoyo que no había arreglado hace varias semanas. Decidió que ese era el mejor lugar para ocultar el cuerpo fallecido de su esposa. Abrió la puerta para ver si había alguien. Todo estaba despejado. Rápidamente, sacó el cadáver y lo introdujo en el agujero. Cogió su lampa y empezó a cubrirlo. Mientras lo hacía, comenzó a recordar los momentos maravillosos que había pasado con ella. Al hacerlo, se sintió culpable y con un gran remordimiento que decidió autocastigarse.
Al terminar de cubrir el cuerpo, se dirigió a la sala. Mientras caminaba, las lágrimas caían hacia el suelo. Buscó el mismo cuchillo con el que había asesinado a su esposa, lo encontró y, sin titubear, se lo pasó por el cuello terminando con su vida de la misma manera como había acabado con la de su esposa.
Esa fue la única manera que encontró para aliviar su culpa, su dolor. Suicidarse para poner fin a esa inmensa culpa que lo tenía atrapado.
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