Como si fuera el triste final de una película en la que el protagonista desaparece repentinamente, sin motivos y sin ningún sentido. Así terminó la vida del genial cineasta Armando Robles Godoy. Fue atropellado semanas atrás y se encontraba internado en el hospital Rebagliati desde hace unos días. Robles Godoy deja un legado incomparable en nuestro cine peruano. Su trabajo propiamente cinematográfico lo integran seis largometrajes, y más de una veintena de cortos. Fue a mediados de los años ’60 con Ganarás el pan, que la obra más conocida del controvertido director se inicia, para paulatinamente abrir una franja poco explorada hasta ese momento en la cinematografía peruana.
Con sus películas se abre el primer intento claro de un cine que bien puede ser considerado como de vanguardia, con respecto a los grandes movimientos nacionales que se sucedían en diversas partes del mundo en ese entonces. Muchos años después, se puede ver con algo más claridad lo que rodeó a esas obras, de carácter enigmático y barroco. A veces afortunadas, otras no.
Damos un sucinto repaso por ellas, con excepción de su ópera prima, difícil de encontrar actualmente:
En la selva no hay estrellas (1967): Robles Godoy opta por convertir uno de sus cuentos en el material de su segundo largometraje y el resultado, visto sobre todo en la versión restaurada que circula desde hace unos años, revela a un director interesante. A pesar de las obvias limitaciones técnicas de ese momento, En la selva no hay estrellas es la película más cercana a la estructura clásica que llegó a realizar el cineasta. Pero dentro de esa historia sobre el recorrido tanto mental como físico que realiza un hombre (interpretado por el argentino Ignacio Quiroz) y su botín deseado por un rincón perdido de la selva peruana, ya se deja ver el interés de Robles por dar cuenta de su particular percepción de la realidad de su país.
La muralla verde (1970): Como mucha discusión, a lo largo de décadas, esta es una de las películas más interesantes que se han hecho en Perú. Al igual que la anterior, el paisaje amazónico se constituye en el escenario central, aunque no el único. A partir de sus remembranzas de la época en que se mudó con su familia en calidad de colono, Robles Godoy se crea una película sembrada de sugerencias visuales y sonoras, trabaja los tiempos muertos tan caros al cine moderno, y se luce en algunas resoluciones fílmicas sorprendentes, especialmente las de la parte culminante. Pero en el pasivo, se deja ver esa tendencia por buscar el efecto poetizante, que iría deviniendo en artificio y redundancias en la medida que su cine se fue volviendo más hermético.
Espejismo (1972): es la película más lograda del director en términos técnicos. Hecha, como el mismo lo dijo alguna vez, a todo lujo. Acá se introduce de forma más radical en una estructura rupturista, poco complaciente para quien espera que le cuenten una historia, que la hay pero de forma muy incierta. Estamos en un pueblo iqueño del que solo quedan algunos vestigios de lo que fue una gran plantación de uvas propiedad de una familia de terratenientes, cuya realidad e historia es descubierta poco a poco por un pequeño abandonado entre esas ruinas (aunque el tema de la reforma agraria nunca es tocado como tal).
Sonata soledad (1987): Iniciada como idea de un ejercicio para el taller que desarrollaba en ese tiempo, este reencuentro de Robles con el largo después de varios años, solo se llegó a estrenar en la sala de la Filmoteca de Lima, quince años después de Espejismo. Y todo ese tiempo realmente no pasó por gusto, ya que acá Robles radicaliza mucho más sus procedimientos e intereses expresivos, aunque casi siempre rozando la extravagancia y la nulidad.
Imposible amor (2003): El último “opus” del veterano cineasta, fue terminado en el 2000, pero su estreno se postergó tres años, para solo ser de forma restringida en el Festival de Lima. Y valgan verdades, para ser una película que se pretende testamentaria (donde Robles Godoy suma todos sus puntos de vista y obsesiones de toda la vida), es realmente infame. más aún considerando el creciente culto que se ha venido desarrollando alrededor de su figura en este nuevo siglo, y más aún con la revolución tecnológica, a la que en cierta medida se le agradeció la posibilidad de este capítulo final.
Debido a su gran capacidad como cineasta se le hizo un homenaje a su carrera en el Centro Cultural de España, donde la noticia sorprendió a todos con el anuncio de su retiro definitivo del cine.
Pero como casi todo en la obra de Robles Godoy, si algo pervive es el carácter controvertido, imprevisible, ese que de alguna forma generó una escuela, una que todavía está por descubrirse en todas sus facetas.
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